4 de febrero de 2014

El ciclo del llanto.





Pues sí...hay noches que se me van en puro llorar y llorar.


Lo curioso del caso es que la mayoría de las veces desconozco el motivo, lo cierto es que es un llanto muy sincero. ¿Y cómo saber cuándo un llanto es sincero? Muy simple: Porque nace en el estómago.


Según los expertos  es en el estómago donde sentimos las emociones, entonces, las lágrimas (por lo menos las mías) comienzan a formarse en el centro de la panza, justó ahí donde los libros de anatomía dicen que tenemos las “tripas” siento como si éstas dos se enredaran y retorcieran hasta formar un  “nudo ciego”, ese nudo comienza a ascender lentamente y hace varias paradas, la primera de ellas es en el pecho para después colarse en el corazón, se posa ahí un buen rato, el suficiente para recolectar e ir atando a él “ene” cantidad de tristezas, nostalgias y melancolías que se han acumulado a lo largo de mis años; una vez completada la carga sigue su camino cuesta arriba. 


La segunda parada es en mi garganta, ésta no tiene mayor objetivo que avisar que sigue trabajando, entonces, yo trato de aprovechar su estancia para escupirlo pero el intento es fallido, ya que de una forma bastante astuta se ensancha haciéndome recordar  el dolor que me provoca desde niña el tragar pastillas y con eso  gana la batalla.


 Sin más, continúa avanzando, ya en este punto en mis labios aparece un temblor involuntario y casi de manera simultánea mis retinas son inundadas de un agua salada que las enrojece, aquí ya no hay marcha atrás e inevitablemente una generosa lluvia de lágrimas empieza  a caer dibujando surcos a todo los largo y ancho de mis mejillas, algunas de ellas mueren en un pañuelo pero otras, las que logran escapar de él, llegan directo  a mis labios y de forma instintiva mi lengua sale a encontrarse con ellas, las absorbe y al confundirlas con  saliva las vuelve a introducir en mi cuerpo con un trago que es más bien amargo.



Seguramente por eso a veces lloro sin motivo, porque cuando mi cuerpo trata de de deshacerse de mis penas yo siempre, sin querer,  termino por beberlas.

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