Pues sí...hay noches que se me
van en puro llorar y llorar.
Lo curioso del caso es que la
mayoría de las veces desconozco el motivo, lo cierto es que es un llanto muy
sincero. ¿Y cómo saber cuándo un llanto es sincero? Muy simple: Porque nace en
el estómago.
Según los expertos es en el estómago donde sentimos las
emociones, entonces, las lágrimas (por lo menos las mías) comienzan a formarse
en el centro de la panza, justó ahí donde los libros de anatomía dicen que
tenemos las “tripas” siento como si éstas dos se enredaran y retorcieran hasta formar
un “nudo ciego”, ese nudo comienza a
ascender lentamente y hace varias paradas, la primera de ellas es en el pecho
para después colarse en el corazón, se posa ahí un buen rato, el suficiente
para recolectar e ir atando a él “ene” cantidad de tristezas, nostalgias y
melancolías que se han acumulado a lo largo de mis años; una vez completada la
carga sigue su camino cuesta arriba.
La segunda parada es en mi
garganta, ésta no tiene mayor objetivo que avisar que sigue trabajando,
entonces, yo trato de aprovechar su estancia para escupirlo pero el intento es
fallido, ya que de una forma bastante astuta se ensancha haciéndome recordar el dolor que me provoca desde niña el tragar
pastillas y con eso gana la batalla.
Sin más, continúa avanzando, ya en este punto en
mis labios aparece un temblor involuntario y casi de manera simultánea mis retinas son inundadas de un agua salada que las enrojece, aquí ya no hay marcha
atrás e inevitablemente una generosa lluvia de lágrimas empieza a caer dibujando surcos a todo los largo y
ancho de mis mejillas, algunas de ellas mueren en un pañuelo pero otras, las
que logran escapar de él, llegan directo
a mis labios y de forma instintiva mi lengua sale a encontrarse con
ellas, las absorbe y al confundirlas con saliva las vuelve a introducir en mi cuerpo con un
trago que es más bien amargo.
Seguramente por eso a veces lloro
sin motivo, porque cuando mi cuerpo trata de de deshacerse de mis penas yo
siempre, sin querer, termino por
beberlas.
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